COLORES PRIMARIOS

COLORES PRIMARIOS



Una paleta de colores lo pintó en el entonces de los siglos y de las eras geológicas. Fue parte del colchón de agua que alguna vez tapo la tierra que pisa el hombre desde hace unos diez mil años. “Purumamarca”, “Prumamarca”, “Plumamarca”: así llamaban los antiguos a este paraje de ensueño, a este “pueblo en la tierra virgen”.

El lugar aún conserva el encanto y la magia. Sus callecitas de tierra devienen del primigenio trazado urbano que el español diagramó sobre el poblado indígena allá por 1594 y las construcciones que desde entonces se levantan llegan hasta nuestros días mimetizadas por el paisaje.


Su ubicación geográfica es un punto ideal desde el cual conocer la región que abre. Hacia el norte, la quebrada de Humahuaca, sus ciudades y su historia aborigen-colonial emparentada con el trazado de las antiguas sendas Incas y las rutas comerciales que luego el español diagramó sobre ellas. Hacia el oeste, el desierto de sal que aparece tras abandonar el serpenteante camino de la Cuesta de Lipán que elevará al viajero desde los 2600 hasta los 4200 metros de altura sobre el nivel del mar actual. El final de la cuesta es conocido como el Abra de Potrerillos y 25 kilómetros delante estará el paisaje blanco de Salinas Grandes.


En sus alrededores se encontraron huellas de vida humana en instrumentos de piedra empleados para la caza y, en cuevas cercanas conocidas como de “Huachichocana” (sic), las claves de su derrotero. Eran cazadores de guanacos (ver recuadro) que buscaban resguardo en los abrigos rocosos. Los estudios muestran que desde tiempos tan tempranos como el 7000 a.C. estas tribus nómades ya establecieron contacto con zonas distantes como la costa chilena o los valles y selvas que se ubican detrás de la pared oriental de la quebrada de Humahuaca.


Purmamarca fue un lugar de paso hasta que algunos de estos grupos decidió asentarse frente al Cerro de los Siete Colores. El, que es producto de una compleja trama geológica de 600 millones de años, vio como estos hombres tejían sus sociedades en base al conocimiento agro-pastoril que habían acumulado. Alrededor del 500 a.C. cultivaban variedades de maíz y papa , acondicionaban las laderas de los cerros para ampliar sus superficies de cultivo mientras las trabajaban el suelo con palas de piedra. Para esa época habían domesticado a la llama, animal que además de transporte le proporcionaba carne, cuero y fibra. Y hasta la llegada del español, formaron parte del Estado Inca Peruano, junto a los Omaguacas, los Tilcaras, los Tumbayas y los Tilianes.


Esa historia milenaria llega hasta nuestros días fragmentada en el saber tradicional, en las fusiones que se generaron tras el choque de culturas y en las formas expresivas que proyectan los pensamientos de manera particular. Cerámicas, tejidos, instrumentos musicales, costumbres del carnaval, de la señalada, del culto a la Pachamama. La iglesia, el primer edificio español construido hace ya 350 años, es de construcción sencilla. La serie de pinturas que atesora dentro pertenecen a la escuela cuzqueña y cuentan la historia de Santa Rosa de Lima. La imagen lleva en su cabeza una corona de plata repujada, cincelada en sencilla composición, un niño Jesús muy pequeño en el brazo derecho y una rosa en la mano izquierda. Si se levanta su amplia capa negra bordada en colores vivos, se descubrirá un vestido blanco y 6 enaguas de seda. Esto se relaciona con la costumbre popular de la mujer coya que se superpone polleras.


Frente al añejo edificio, hay un inmenso algarrobo que da sombra y es casi un testigo mudo desde hace más de 500 años, según el cálculo de los lugareños. Su forma extendida brindó sombra y reparo a todos aquellos viajeros que circulaban hacia la puna o los valles. Además, fue el lugar en donde el último cacique de los Purmamarcas libres recibió con un vaso de chicha al primer evangelizador castellano y en donde generales de los ejércitos patriotas soñaron alguna vez con la libertad americana.


En este entonces de tiempos modernos, el pueblo canta y baila coplas de carnaval. Los festejos comenzaron el jueves de compadres, dos semanas antes del desentierro. Desde entonces y hasta el miércoles de cenizas, nativos y turistas se divierten al ritmo de los carnavalitos y bailecitos, que acompañan las guitarras, bombos, erkes, zampoñas y charangos, mientras algunos aparecen por las calles o en la plaza del pueblo batiendo banderas en viboritas. Será también el tiempo de “la señalada” para las familias pastoras. Es una ceremonia muy especial en donde se hace una ofrenda a la Pachamama en un mojón del corral para pedirle así protección y “multiplico” de la hacienda para el año que nace.


Con 800 habitantes, el pueblo emana tranquilidad en forma permanente. Los festejos y celebraciones que forman parte del calendario les permiten renovar los lazos comunitarios y sus pactos con el mundo natural en un espacio que los antiguos emplazaron al abrigo del viento que siempre se levanta por el gran cañon de Humahuaca.