Lipán, mientras desciende

Lipán, mientras desciende

En la musicalidad de Tomás Ríos esta el sentir del hombre criado entre cerros y sonidos del viento que se cuelan por paredes de roca. Será por eso que su sola presencia en un escenario, basta para reflejar la algarabía del carnaval - que comienza dentro de poco - y el carácter simple que adquiere una persona que se desarrolló en contacto con una particular mezcla de naturaleza y cultura.


La quebrada comunica un área de las mesetas del altiplano, donde habitan los hombres-sal y el viento blanco, con los valles semiáridos de Humahuaca. Sus costumbres, ritos y pensamientos, dan forman a la idiosincrasia que ha alejado a sus hijos naturales del presuroso viaje de las grandes urbes y de la materialidad que en ellas puede adquirir el alma humana.

Lipán, al sudoeste de la provincia de Jujuy, conecta justamente el valle encajonado de Purmamarca con la altipampa norandina que lleva a Atacama (Chile) por el Paso de Sico. Su nombre denota un “paraje escasamente poblado” y a su vez connota un espacio social donde las familias siguen estableciendo relaciones comerciales a través del trueque. Claro que no es la única forma: el turismo y los beneficios que se desprenden del hecho que la Quebrada de Humahuaca sea hoy Patrimonio de la Humanidad han colaborado en el proceso de aprender a mejorar su calidad de vida.


“Allá vivían mi tatarabuelo y mi bisabuelo. Todos nacieron arriba, todos de apellido Ríos. Como dice un hermano mayor mío, que les hizo una copla: “Inés hijo de los indios, padre de Salomé, Salomé padre de Florencio y Florencio padre de mí”. Fue en homenaje a mis ancestros que adopte Lipán como apellido artístico”.

Tomás, hombre maduro, de cara ancha, labios gruesos y piel morena. “Soy un músico nato”, comenta mientras hilvana las palabras pausadamente. “Mi padre tocaba el erke, la quena, el siku, en mi casa siempre había instrumentos, se hacia música. Por eso a veces creo que ya en el vientre de mi madre ya estaba con ella”.

Lo que nunca imaginó en esos días coloridos de carnaval y festividades típicas, fue la trascendencia que alcanzaría su obra y su nombre en un radio que abarca varios puntos del planeta: desde el centro-oeste latinoamericano, pasando por Buenos Aires, hasta llegar a la antigua Berlín Occidental al Muro o a la remota Tokio.



“Yo me pasaba semanas enteras tocando en los carnavales, por la satisfacción de hacerlo, no porque me iban a pagar. Ver que la gente se alegraba y se divertía era para mí una gran satisfacción. Iba a tocar la quena y cantaba los villancicos con los chicos que, como yo, adoraban al niñito Dios”. Comenta sobre sus marchas con las bandas de Sikuris hacia Punta Corral porque sabe que todo aquello lo ha nutrido. “Lo más importante de mi vida lo aprendí entonces, porque no comencé tocando por una cuestión comercial, para aparentar tal vez, sino por el gusto de hacerlo”. Es su manera de rendir tributo y mostrar al público de la gran urbe toda esa gran tribu de artistas que pertenecen esta quebrada Yacoraite.