MERCADO DE ABASTO - SALTA

MERCADO DE ABASTO - SALTA

Eulalia Vidal de Torres murió a los 105 años y fue una de las primeras puesteras del Mercado San Miguel. La kolla Bola, como se la conocía entonces, murió en 1927 y quedó su hijo, Miguel Torres, quien con orgullo siguió en el puesto de su madre “para pagar la olla”. “Yo nací y me crié aquí, y ¿qué le puedo decir?”, interpela al cronista del diario Nueva Época que publicó un artículo el 8 de enero de 1935. “Acá trabajamos porque la situación del negocio cada vez marcha peor, aunque eso sí, todo aumenta”.

Fue otra la suerte de doña Petrona Saravia que a los 100 años de edad vivía de la caridad pública. Comenzó a trabajar cuando tenía 15 años como una de las primeras verduleras del mercado “en un puestito cuando el mercado apenas tenía unos cuantos palos que hacían de guardapatios para atar a los caballos y a los burros que traían diariamente la verdura para la venta. Ahora mis piernas ya no me dejan trabajar”, decía a principios de siglo en el mismo matutino.

Los inmigrantes también formaron parte de la historia del San Miguel. En su peregrinar, que se inicia con las crisis económicas y las guerras mundiales, algunos decidieron detener la marcha en estas tierras soleadas con la esperanza de encontrar el tesoro que todo caminante espera encontrar: un futuro mejor. “Mi abuelo era un siciliano, un inmigrante que primero tuvo camiones que transportaban carga entre Tucumán y Santiago del Estero”, relata la nieta de un puestero, ya muy lejos de aquel contexto. “Después los perdió. Finalmente, fue el dueño de varios puestos en el San Miguel y, mucho después, compró acciones del COFRUTOS. Esa fue la manera como los más veteranos se aseguraron los puestos en el nuevo mercado mayorista de principios de los ´80”.

Las historias en boca de los protagonistas permiten armar una cronología. “Los 50 años que tengo los cumplo acá porque mi mamá nos crió a todos en el Mercado. Ella todavía hoy cuenta que cuando mi abuela vivía nos hablaba en quichua porque era boliviana, aunque yo ya no me acuerdo. Esos eran los tiempos en que el mercado se abría a las 4 de la mañana y esto era una romería. Ahora es distinto. Los puestos abren a las 7 y recién a las 8 comienza el movimiento”. La voz es de Dora García, dueña del puesto 41 de frutas y verduras del Mercado San Miguel. “Ahora ya no funciona como un gran mercado sino todo lo contrario, porque los supermercados y las ferias clandestinas hicieron que bajara la clientela".

Siglo XX cambalache

El efecto globalizador de la economía en las última década del siglo XX que pretende igualar todo. Hipermercados que compran y almacenan stock a gran escala y sacan de competencia al pequeño y mediano comerciante.

Como los clientes van tras la ola, el movimiento también mermó el caudal de los puesteros. Sin embargo, en su uso, el impacto globalizador generó en los consumidores una serie de aprendizajes que se relacionan en el tiempo con los gustos y las decisiones de las personas ante la oferta existente.

Algunos son los hijos de la primera inmigración que, en su peregrinar, decidieron detener la marcha en estas tierras soleadas con la esperanza de encontrar el tesoro que todo caminante espera encontrar: un futuro mejor. “Mi abuelo era un siciliano, un inmigrante que primero tuvo camiones que transportaban carga entre Tucumán y Santiago del Estero”, relata la nieta de un puestero, ya muy lejos ya de aquel contexto. “Después los perdió pero, finalmente, tuvo varios puestos en el San Miguel y, mucho después, compró las acciones con la que los más veteranos se aseguraban sus puestos en el nuevo mercado mayorista de principios de los ´80: COFRUTOS”.

Con el nuevo centro mayorista los mercados cambiaron de geografía y se dispersaron por otras áreas de la ciudad, en especial, hacia el oeste. Pero esa es la historia del siglo que mañana termina porque todo comenzó con las pulperías, como aquellas primeras 9 que Hernando de Lerma autorizó que se instalaran en la recién fundada ciudad de Salta, continuó con los almacenes de ramos generales y convivió con los grandes mercados, como el San Miguel. Hace poco más de 20 años el sector que hoy ocupan “las Pulgas” estaba poblado de pequeños negocios que vendían alimentos para aves y aves enjauladas, pollitos para los niños, bolsas para llevar las verduras, artículos regionales, queserías, panaderías y pizzerías ubicadas sobre la salida. Y eso hace sólo 20 años porque doña Petrona Saravia, si viviera, estaría relatando otras historias.

Hoy, solo los pescaderos parecen contentos con la reubicación de sus puestos. “La verdad que nosotros, desde que nos camabiamos, estamos un poco mejor. Hay más venta porque estamos más cerca de la calle, atendemos a más gente y hay entusiasmo por vender. Antes estabamos metidos muy al fondo y se hacía medio difícil”, comenta un puestero que prefiere no dar nombres.

La novedad es que en el lugar donde no hace mucho se ubicaban las pescaderías se abrirá dentro de poco un comedor infantil para chicos de la calle y una guardería para que las madres puesteras puedan dejar a sus hijos mientras trabajan. “Todos van a colaborar de alguna manera”, asegura Miguel Maldonado, dueño de una pizzería ubicada en medio de los puestos de carnes. “Lo que me importa es que los chicos tengan un lugar, por ahí, a los que trabajen se los pueda nombrar para que su trabajo sea más estable y mejor remunerado. Pero eso es algo que se verá con el tiempo. Hasta ahora me dediqué a limpiar este lugar - que es inmenso - porque estaba lleno de ratas y los escombros te tapaban. Puse unos plásticos negros para separar los espacios y le voy a colocar unos ventiladores para que los chicos no sufran en el verano. Los puesteros van a colaborar con la comida, así que no va a faltar, y ya hay quienes se ofrecieron a trabajar en la cocina sin más retribución que la de estar haciendo una buena obra”.

Ahora los mercados mayoristas y minoristas - o que cumplen ambas funciones dependiendo del horario de carga y descarga de camiones - se extienden sobre la avenida San Martín. Casi llegando al Mercado Artesanal se ubica la feria más grande, básicamente mayorista, a la que Dora, por ejemplo, concurre cada mañana a comprar “los yuyos” (acelga, lechuga, achicoria). Sin embargo, es posible encontrarlas a lo largo de toda esa vía, una zona que para estos nuevos mercados, comienza al traspasar un viejo límite de la ciudad: Balderrama.

Y las historias seguramente continuarán su curso. Muchos de los que visitan el mercado que se levanta desde el siglo XIX sobre los predios donados por Paulina de López y Saturnino San Miguel aseguran que es algo así como “un nido de ratas” y que la suciedad es la norma entre sus calles. Quizás lo fue, en algún momento, pero si hoy lo recorre puede que se sorprenda no solo por la limpieza de sus calles sino por la variedad y el tamaño de las frutas y verduras, la calidad de las carnes y pescados, y los precios. Mucho más si llega un sábado por la tarde, sea el San Miguel o cualquier otro. Después, puede que se quede comiendo una humita, un tamal, en uno de los bares al paso, luego de superar el acoso inicial de los vendedores, o finalmente optar por la inconfundible pizza con jugo (de granadina o naranja) y ají, siempre a del gusto del cliente.