LOS FRAILES DE ASIS

LOS FRAILES DE ASIS




La manzana representa la materialidad que alcanzó en esta zona uno de los pensamientos más importantes del cristianismo. En la metáfora, San Francisco desembarcó con sus frailes junto al conquistador en un ignoto valle de Salta para crear un nuevo hito de frontera. Desde aquel entonces hasta nuestros días, el relato de esa historia en la visita guiada por el Convento resulta fascinante y aleccionadora acerca de los caminos que siguieron los hispanos para producir cultura.

“Voy a guiar por el convento, no se si gustan, 10 o 15 minutos. Vale la pena”. Son las palabras de un hombre de mediana estatura, cara ancha y morena, que invita a una pareja adulta a formar parte de la visita sabatina y matinal por el convento franciscano de Salta junto al grupo que esperó – sin saberlo - disperso en los bancos del interior del templo.


A esta invitación Carlos Mamaní la hace desde hace tiempo, cuando ingresó a trabajar en la comunidad eclesiástica. “Este es el fichero de la portería donde estaba el nombre de todos los frailes y el del personal. Como trabajo desde el 1948, yo estaba acá”, y señala el casillero que le pertenecía. Luego avanza: “aquella campana del siglo XVIII que dice “Tocadme con prudencia” tenía una soga que llegaba hasta la calle. Así la gente llamaba tocando 2.1, por ejemplo, o sea: tan tan, tannnnn. Cada uno tenía su código. Todo siguió igual hasta que vinieron los jóvenes y pusieron el portero eléctrico”.


Si bien los frailes franciscanos permanecían asentados en Salta desde la fundación, la consolidación de la orden correspondió al hecho histórico de la expulsión de los jesuitas de 1767. “El enfrentamiento de las culturas aborígenes de Salta con la española no fue fácil”, analiza Julia Cabral en un trabajo que lleva por título “Indígenas de Salta en el Siglo XVI”. Para ella la re-elaboración de los universos culturales de una y otra cosmovisión no encontraron puntos en común, y por lo tanto, fue esa la principal razón que motivó los cruentos enfrentamientos posteriores. Pero la paz sobrevino a fines del siglo XVI, cuando fracasaban sistemáticamente los ataques de los naturales contra la urbe que nacía, y se pudo organizar el trabajo de estos aborígenes por medio de la encomienda que obró como el medio natural de aculturación.


La primera iglesia de los frailes franciscanos fue construida pocos años después de esos hechos en el solar que Fray Juan Bartolomé de la Cruz tomó de manos del fundador como representante de la Orden. Don Mamaní cronica estas páginas en un lenguaje claro y telegráfico. “1582, año de la fundación de Salta: Don Hernando de Lerma les da a los franciscanos una manzana. Hacen la primera iglesia de suncho y barro (que está lista en 1647 y es destruida por un incendio en 1674). No era iglesia, era una capilla. Luego hacen otra de adobe (el mismo año del incendio devastador). Esa ya era iglesia. Paredes de piedra y ladrillo, un metro setenta de ancho”. Abre una puerta de rejas y se arrima a un pilar para señalar una inscripción en el muro. Es la primer piedra fundamental de la tercer iglesia. “Aquí la vamos a ver. Lean ahí lo que dice en castellano antiguo”, y de memoria recita el contenido del grabado mientras observa como el resto lee al ritmo de sus palabras: “Se puso la primera pedra de esta iglesia de nuestros padres de San Francisco de Salta a 17 de setiembre de 1759 siendo guardián el reverendo padre Domingo Aranzazu”.



Los primeros pasos de la segunda conquista

Entre las comunidades católicas que desembarcaron para protagonizar y ejecutar el proceso de evangelización se encontraban la jesuita, la franciscana, la dominica, y la mercedaria. ¿Cuál fue la razón por la que de toda la comunidad de padres católicos que llegaron a América, en Salta solo sobrevivió la franciscana?. La pregunta encuentra las respuestas en el año 1767. “Ese año puede considerárselo uno de los más oprobiosos en la vida de la corona española”. La cita pertenece a Fray Benito Honorato Pistoia en un reconocido estudio que relata la labor de la Orden desde principios del 1500 hasta 1973.


“No negamos la buena voluntad y la competencia de quienes sustituyeron a los jesuitas en la labor evangelizadora”, señala en el capítulo dedicado a la expulsión de los Jesuitas, “pero el cambio produjo efectos nada positivos en los distintos casos. En opinión del fraile franciscano, el heroísmo romántico no pudo dar sus frutos debido a la falta de sentido y de tino político de muchos gobernantes. “Lo que dijimos por los calchaquíes podemos repetirlo aquí sin temor a desmentidas: si se hubiese actuado como en el Paraguay, no habríamos tenido casi dos siglos de lucha para someter a las dos grandes familias indígenas del Tucumán: los calchaquíes y los chaquenses”.


Aquella región con sus misiones, que siempre preocuparon a los gobernadores y obispos del Tucumán, tendrán en el recorrido de Don Mamaní una lejana mención en la foto de una casa misionera a orillas del río Bermejo y otra en el grupo de frescos que adornan el primer jardín del Convento. “Tres murales. Son 13 en total que cuentan la vida de San Francisco”. Uno cuenta la historia de su nacimiento, el siguiente el encuentro con un leproso. “Allá los están restaurando”, prosigue. “Esos son los rostros auténticos de frailes franciscanos que posaron para el pintor. Pinta en el ‘46 y en el ’47. Yo los conocí a todos y los ayudé en misa. Uno solo vive”, dice mientras señala al padre Roque Celi que el 18 de noviembre cumplió 89 años y vive en una misión de ese remoto Chaco.


Los frailes tenían sus propias misiones y en ellas también habían transmitido – de un modo práctico – la palabra de Dios. Pero los jesuitas siempre los habían superado en número, por lo que esos espacios vacíos se transformó en más trabajo para los primeros. El siglo XIX los encuentra en otra etapa de organización y en los albores de la revuelta criolla en la América Hispana. La historia franciscana se renueva tras la paulatina llegada de un segundo grupo de frailes: los Padres Misioneros Apostólicos.

La obra de un artista

Desde el punto de vista arquitectónico y en los ojos que miran desde el año 2001, el imponente templo de la esquina de Caseros y Deán Funes, muestra dos estilos, uno colonial español, otro barroco italiano y neoclásico. El primero se conserva en la distribución espacial de la construcción, el segundo en las molduras y esculturas que adornan y pueblan el interior del templo.


“Por aquí. Estamos en la parte detrás del altar del templo. Con los españoles, colonial, y cuando era colonial el altar mayor estaba por aquí y todo esto no existía”. Don Mamaní describe en el altar la distribución de santos: “Los patronos van arriba. Esos son los patronos de esta iglesia. El que está arriba y al centro es San Pedro de Alcalá. A la imagen la hicieron los españoles que construyeron el templo mayor. Pero desde que fue declarado basílica menor San Francisco de Asís, los patronos ahora son dos: Santo Domingo de Guzmán y San Francisco”
“Todo el barroco neoclásico es del Padre Georgi, que era escultor y arquitecto”. Don Mamaní baja su mirada, abre una puerta y, al atravesarla, anuncia al grupo que han regresado al templo. La luz aumenta su intensidad al mirar hacia el techo exquisitamente decorado. El relato continúa. “El padre tenía dos ayudantes pintores que, por supuesto, trabajaban bajo su dirección. Dicen que él se ocupaba personalmente de las molduras y las ornamentaciones”. Ahora las señala en la pared del templo. “Influencia italiana en todos los mármoles: el más finos de todos es el negro creta, este es verde recia y acá marrones florentinos”.


El Padre Luis Georgi nació el 21 de diciembre de 1821 y tomó los hábitos franciscanos en el Convento de Cori el 18 de mayo de 1841. En 1846 ya había sido ordenado sacerdote, pertenecía a la Diócesis de Albano, y ya manifestaba ser escultor, arquitecto y organista. Entre las obras que aún se conservan estarán las imágenes de San Severo, hecha en cera y en base a los huesos que trajo de Italia, y la Purísima ubicada en el altar mayor del templo, realizada con pasta y tela encolada.

Las últimas piezas del relato

Don Mamaní ha dado una serie de datos que salpicaron generosamente el relato de su guiado. “Esa campana grande que ven en el centro (jardín principal del Convento) se llama Campana de la Patria, porque está hecha con los cañones en desuso de la Batalla de Salta. La fabricaron en el Convento, en los fondos de la quinta de entonces. Pesa más de 1400 kilos y todos los días se toca a las 12, antes por necesidad y ahora por tradición. Una anécdota: en 1821, cuando es herido de muerte en General Güemes, los españoles tomaron Salta y dice la historia: “Manos anónimas limaron la palabra Patria”. Si se acercan, van a ver que la limaron un poquito y que con algo punzante pusieron Rey. O sea que ellos querían que diga “Viva el Rey” “.


En ese mismo sector, escondidos en el interior de las lámparas estilo colonial de las galerías del patio, estarán dos auténticos focos Thomas Edison. “Son de filamento. Tenemos 6 y la llave giratoria. En realidad en la mitad de la Iglesia hay un cuadro de la Virgen Desatanudos que tenía más de 16. Pero un superior, en la década del ’60, pasa por el frente cuando yo estaba limpiando, y me dice: “Saque esos focos que dan poca luz y gastan mucha corriente” . Claro, cada filamento es como resistencia de plancha”.


La sacristía es la que más impacta por la variedad de obras que contiene. “Tenemos la muerte de San José sobre relieves policromados, hecho en Alemania. Abajo una foto del Santo Sudario de Turín de 1898”. Un amplio ventanal al fondo (detrás, el Colegio primario y secundario), puertas hecha a golpe de hacha en el siglo XVIII, pintura cuzqueña en lo alto del mismo período, platería y porcelana de los siglos XVIII y XIX, una pileta en mármol rosado para lavarse las manos y una mesa del mismo material fechada hacia finales del siglo XVIII. “Esta mesa cuenta su historia en castellano antiguo. Dice “Soy para San Francisco de la ciudad de Salta”, sigan lo que dice dando la vuelta”, y ahora todos leen, algo agachados, en los laterales, “por orden del Reverendo Padre, que trajo don Domingo de Santibáñes. Me hizo el ministro, don Juan de Benjumeda en Cádiz, año 1789”. Y en el centro, una llaga de Cristo.”.


Los pisos del Templo cambiaron en 1915. “Ahora les voy a mostrar el anterior. Van a ver que son baldosas hexagonales. Toda la Iglesia tenía ese piso, que era una baldosa cocinada, pero con los italianos llega el mármol”. Advierte que las únicas imágenes que salen en procesión hoy en día con las de San Antonio y la de San Roque. “En un tiempo salían muchas. Otro los obispos decían que por Iglesia solamente uno. Aquí, por tradición, nunca se los sabía sacar”.


Don Mamaní se encuentra al final del recorrido. Repite, una vez más, los datos con los que suele empezar su relato guiado, “1759, piedra fundamental, metro setenta de ancho, paredes de piedra y ladrillo”, y cierra con una anécdota. “Un día no toque la Campana de la Patria a la hora acostumbrada. Un nene de 9 años que venía a ayudar me dijo que por qué yo había hecho pelear a los tatas. Yo le dije “¿qué pasó?”. En nene me dijo “vos no has dado las 12”, “no, no he podido”, le respondí, “sí porque la mamá estaba esperando que vos des las 12 para poner el arroz en la sopa, el papá llegó a las doce y media, la comida no estaba” , y con una carita de pícaro me dice, “y se armó”. Así que ahora la toco todos los días sino hay pelea familiar”.