Unos días con Sydney Pollack

Unos días con Sydney Pollack


Quien escribe, no tenía la menor idea de quién era una de las personas que formaba parte del grupo de turistas – particulares ellos por cierto – que llegarían a Salta durante los últimos días de Enero del 2006.

Unos meses antes, los organizadores de éste viaje ya habían visitado Salta para hacer un profundo relevamiento. Cuidaron y evaluaron todos los detalles a la hora de definir el itinerario. Era un viaje diseñado no solo para recorrer los paisajes mas bonitos con bicicletas. Quienes las prefieren o la buscan como medio de transporte en sus tiempos de ocio, por lo general tienen ganas de aprender, de llevarse un recuerdo de la zona en olores, en colores, en texturas. Una percepción de las personas que habitan el lugar, su contexto social, sus pensamientos sobre los hechos de la vida cotidiana, su postura ante lo trascendente, su forma de relacionarse con los otros.

La elección de lugares se concentró básicamente en una mezcla de contrastes. Por un lado, la selva montana, exuberante, dueña de una pureza que solo se percibe al recorrerla en bicicleta o caminando. El marco era la ruta nacional 9, entre el dique Campo Alegre (Salta) y el dique La Ciénaga (Jujuy). Por otro, la quebrada de Cafayate, como la viva manifestación, en un cuadro caprichoso y recortado de formas y colores, que recuerda a cada paso que los cambios, por más lentos que aparezcan ante nuestros ojos, son una verdad ineludible.

A pocos días del arribo, uno de los organizadores corrió el velo y contó quienes serían los curiosos personajes que llegarían. Un escultor, un neurocirujano, un abogado, un miembro de una de las empresas más emblemática en el mundo, y un cineasta. Todos ellos amigos, todos ellos invitados en viaje de cumpleaños.

Tal vez por el nerviosismo que portaba en esos días, ya que para mí la agencia que organizaba su viaje en bicicleta era el cliente más importantes que me había contactado. Tal vez por el devenir tan tumultuoso de acontecimientos que rodeaban mi vida de esos días. Tal vez porque concentré mi atención en cuidar al potencial cliente – los organizadores – y por ende, a quienes ellos marcaban como su principal cliente.

Cuando por fin me dijeron que una de las personas que bajarían de aquel avión sería Sydney Pollack, me dije: "Mmm .. no lo registro. Voy a buscar en internet". De hecho busqué, pero no fue acerca de él en lo inmediato, sino acerca del que aparecía como el personaje principal en aquel grupo. Alguien a quien prefiero mencionar como solíamos llamarlo entre nosotros: Don Coca Cola.(el C.E.O. de la empresa en EE.UU). Me hizo olvidar de Sydney.

Digamos que comencé con el pie izquierdo cuando uno de los encargados del grupo me había pedido que le coloque una etiqueta con el nombre de cada miembro del grupo a cada bicicleta, a excepción de las de Don Coca Cola que viajaba con las propias: eran dos, una para montaña y otra de carrera, hechas en titanio y a medida. Pesaban lo que una pluma.

La mañana siguiente al día del arribo, Sydney buscó su bicicleta. Observó que su nombre y apellido estaban mal escritos. Se lamentó: "siempre pasa lo mismo". Pasó la jornada en La Cornisa, el tramo de la ruta nacional 9. Todavía no había tenido un contacto directo con algunos de ellos, más allá de las formalidades del saludo de bienvenida. Almorzaron en una hermosa casona cerca de Perico (Jujuy) y todo mi foco de atención se concentraba en el trabajo, más que en charlar un poco.

Creo que fue ese día cuando uno de los miembros de mi grupo (Juan Manuel Ortiz, el autor de las fotos que acompañan éste artículo) me dijo: "Sydney Pollack, Negra!!. ¿Cómo no vas a saber quién es?. "Africa Mía"....". Ahí sí me fijé en internet, y ahí sí me dí cuenta que estaba al lado de alguien, como se dice, "grosso", pero de verdad. Había visto el film hace mucho tiempo, y recordé esa escena donde el protagonista sobrevuela una laguna mientras un grupo de flamencos alzaba vuelo.

Al día siguiente, la jornada se concentró en la Quebrada de Cafayate y por fin tuve una oportunidad de charlar. Claro que era una charla en inglés y mientras pedaleábamos. Yo seguía nerviosa, porque quería hablar. A esa altura, yo habría estado charlando los casi 40 kilómetros del recorrido que median entre El Parador de Las Cabras (a poco de Alemania) y el Anfiteatro. Pero pensé que, lo más probable, era que él no querría charlar todo el camino, sino disfrutar, conocer, admirar, y no escuchar preguntas absurdas o referidas a su trayectoria.



De todos modos, la preparación mental no me sirvió de mucho, y fue así que lo primero que le dije fue: "Así que usted es el director de Africa Mía". El, sonriendo con humildad, me dijo solamente "Sí". Por suerte, percibí que ese no era el camino. Seguimos pedaleando un poco más, hice algunos otros comentarios absurdos, y terminé hablando sobre los músicos de rock de Argentina. Eso fue todo. El siguió pedaleando, llevando consigo simplemente una máquina de fotos (reflex, no digital), mientras yo volvía al trabajo y pensaba: "soy un animal".

Tiempo después que se marcharon, le presté más atención al alquilar películas y, de hecho, me crucé con su nombre algunas veces. Especialmente regresó a mí aquel episodio cuando en el cable me crucé con un film que él dirige y actúa: "La interprete". La película era la obra de una persona sensible, con ideas y valores, con una clara postura ante lo que significa el ser humano, la crueldad que provocan las diferencias, el dolor que se cuela de modo permanente en la vida de las personas que han sufrido profundas injusticias o la marca de quienes perdieron a seres valiosos para la sociedad y muy queridos en lo personal.

Hoy por la tarde leí que Sydney Pollack había muerto. Todos estos recuerdos regresaron a mi mente. La reflexión más importante (y el detonante de ésta nota) me la mostró mi marido: qué importantes son las personas sensibles, qué valiosas características son la austeridad y la humildad. Y además qué valiosa "Africa Mía", porque como film, no exaltó el coloniaje, sino el amor, el profundo amor por lo humano, por la naturaleza en su estado puro ... el amor en medio del horror de la Primer Guerra Mundial.

Claro que no muchas personas pueden decir que estuvieron pedaleando con Sydney Pollack. Yo lo acompañé por un instante en medio de la Quebrada de Cafayate. La verdad, me sentí avergonzada durante mucho tiempo, e incluso en ese momento, porque tampoco son muchas las que pueden decir: "No sabía quien era Sydney Pollack". El día que se iban de Salta, les acerqué a cada uno un presente, como un simple gesto de cordialidad. A él le busqué un CD de Gustavo Cerati, "Siempre es hoy", más que nada por un tema, mezcla de rock con folcklore, en donde el bombo que lleva el compás es nada más y nada menos que el de Domingo Cura.

Fue un viaje con muchas moralejas, particularmente para casi todos los miembros del grupo de personas que convoqué para aquel trabajo. La mía: no te dejes llevar por lo masivo, sin intención de ofender aquí a Don Coca Cola. Pasó mucho tiempo hasta que caí en cuenta que una de las persona más importantes de aquel viaje en bicicleta había sido él. Y no por su vida privada o por su forma de ser (de la cuál conocimos poco y nada), sino importante por el mensaje que buscó dejar en sus films, por el contenido de su meta-mensaje. En definitiva, trascendentes en lo social porque sus películas forman parte de la mega-industria de lo masivo, pero para algunos serán recordadas como aquellas que invitan a reflexionar sobre qué es lo verdaderamente importante cuando se quiere construir – y no destruir o distraer – desde lo profundamente humano.

Repercusiones en medios locales:

http://eltribuno.info/verContenido.php?id=17386